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Entrevistas y noticias sobre Maná

Una noche de luna

Maná volvió al Estadio Kempes y cantó serenatas de luna llena a 29 mil peronas, en un show que se destacó por la espectacularidad de la puesta.

El año todavía no se termina, pero en materia de shows internacionales, el de Maná fue el último gran recital de 2011, como corolario de una jornada calurosa e intensa, con asunciones, juras, movimiento y caos. 29 mil personas, según la producción, llegaron al Estadio Mario Alberto Kempes en una increíble noche de verano y luna llena, ideal para escuchar canciones al aire libre. Así, amparados por una intemperie benévola, los mejicanos regresaron a Córdoba con la gira "Drama y luz", nombre del más reciente de sus álbumes de estudio. Y hubo drama y hubo luz, eso nadie puede negarlo. Drama en las letras de sus canciones de amores sufridos; luz en una puesta en escena impecable, que puso tanta atención en el sonido como en las imágenes del escenario, fundidos en una propuesta que no dejo cabos sin atar. El ingreso, finalmente, contó con personal de la Policía de la Provincia y también de tránsito municipal, por lo que fue fluido y bastante dinámico. Raro ver el escenario del Kempes orientado en sentido contrario al habitual, pero la falta de hábito se superó en seguida y la disposición permitió una visibilidad adecuada desde ángulos varios. Dos pantallas grandes y una par de alas angelicales escoltaban el centro de la escena, donde la banda apareció después de las 21.30. Los cuatro músicos estuvieron acompañados por una segunda guitarra, teclados y percusión, para reproducir las canciones de tantos años de carrera. Como si fuera un teatro al aire libre, el telón funcionó como velo traslúcido sobre el cual cayeron las gotas del primer tema, Lluvia al corazón, del último disco, para euforia de los presentes. En la primera canción hubo algunos problemas de sonido, pero se superaron en seguida. Detrás de esa pantalla de agua virtual, el cantante Fher Olivera y los suyos se acomodaban en sus puestos. Lo que siguió fue un show ordenado, previsto, con la prolijidad de una gira internacional, sincronizada y en detalle, a veces con ese halo de demasiado control de las giras masivas, pero listo para que los fans se vayan satisfechos. El campo tenía sillas, pero costaba controlar el impulso de los presentes, que con la segunda canción, el hit Oye mi amor, saltaron de los asientos. "Volvimos con toda la carga", dijo Fher, y parecía más una cualidad de los espectadores que de la banda. De los pies a la cabeza fue el tercero en llegar, con retoques en el vivo que actualizaron la versión original. Espejos fue el primer gran despliegue épico en lo visual: mares, tempestades, fuegos e infiernos vistieron en el escenario la letra de la canción. Siguieron canciones de épocas varias, coreadas y seguidas por miles de celulares, como Corazón espinado, aquel tema que Maná tocaba con Santana y que en Córdoba tuvo una versión tribal. Hubo variedades para todos: los cuatro minutos de gloria para Santiago, el chico cordobés que ganó el concurso y subió a tocar la guitarra en Me vale; el cumpleaños feliz tarareado por el público para Fher, que había cumplido hacía pocos días; el clásico solo en batería de Alex "Animal" González, que demostró que más que virtuoso es un malabarista de la percusión (con despliegue de escenario incluido y una plataforma para la batería que se elevó y giró en los cielos del Kempes); y piropos a las chicas en la intro de Mariposa traicionera ("Todas son iguales...menos las cordobesas", dijeron, para suspurito de la mitad más uno del público). Hasta fuegos artificiales, que resonaron en la noche como un adelanto de la despedida del año. Hacia el final, Fher apareció, como por arte de magia, en la isla de sonido ubicada en medio del estadio, en el corazón del campo, desde donde entonó los últimos temas. A tono con la masividad que adquirió su música, Maná sabe brindar un espectáculo a la altura de las circunstancias, con un despliegue de espectacularidad en los clips, sonido y pantallas, reconociendo un legado hitero y un presente de canciones que apuntan, sin muchas vueltas, a lo básico, a eso que al final de cuentas buscamos todos, un poco amor. En el Kempes, hubo casi dos horas de eso. Ideal para luna llena. Afuera del estadio, a la salida, una parejita de una señora y un señor mayor que no habían ingresado escuchaban el show en el pasto, en reposeras, con una conservadora de gaseosas frescas, cantando los temas de memoria, acompañados. De eso parece que se trata todo.